5 feb. 2010

Si es falso, mejor

Mientras pensaba en proponerle al Gobierno de la Ciudad de Buenos Aires la creación de una biblioteca de libros plagiados, falsificados e inauténticos, di con esta información: el gran falsificador de obras arte, Shaun Greenhalg (Bolton, Inglaterra, 1961), quien estafó a centenares de instituciones, marchands y coleccionistas, cuenta hoy en día con una muestra retrospectiva de su “obra” en uno de los museos más reconocidos del mundo: el Victoria and Albert Musuem de Londres.

Organizada por Scotland Yard, esta atípica exposición es, al mismo tiempo, la muestra de un alto talento artístico y el viaje a las estrategias, evasiones y modus operandi del negocio de la falsificación, donde Geenhalg fue uno de los más grandes, mejor pagados y más excéntricos.

Desde 2007 cumple condena por fraude, pero durante muchos años puso en marcha, junto con toda su familia, una fantástica empresa delictiva donde su indiscutible talento impidió que los especialistas de la Tate Gallery, Sotheby´s, o del pretigioso Instituto Wildenstein pudieran siquiera sospechar algo.

El clan Greenhalg estaba conformado por su padre, su madre y su hermano. El padre se encargaba de las negociaciones directas con los clientes; con sus casi noventa años, anclado a una silla de ruedas, convencía a los compradores con su aspecto de anciano benevolente. La madre, Olivia, hacía las llamadas telefónicas más estratégicas, siempre haciéndose pasar por otra persona, y Georgie, el hermano mayor, se encargaba de buscar los recursos que Shaun necesitaba para llevar a cabo su meticuloso trabajo. Todos, como una familia feliz, vivían juntos en una casita en la ciudad de Bolton, al Noreste de Inglaterra.

El talento de Shaun se aplicó a diversidad de temas, técnicas y materiales. Falsificó óleos, esculturas, cerámicas, bajorrelieves, fotografías, dibujos, acuarelas. Trabajó con metales, porcelanas, mármoles, y no se conformó con plagiar el arte moderno sino que hizo excelentes contribuciones al arte antiguo. Como ocurre con la mayoría de los falsificadores, Greenhalg padeció la falta de reconocimiento, y canalizó su enorme amor por el arte a través de la realización de estos homenajes.

En muchos casos acompañó sus obras con cartas personales de los artistas, pliegos sucesoriales, antiguos testamentos y una larga lista de títulos y documentos con la que pretendía legitimar la autenticidad y procedencia de sus obras. Todos ellos, por supuesto, completamente falsos. Se trataba, pues, de una verdadera máquina de producción de mentiras. Toda una inteligencia ficcional puesta al servicio del fraude.

Durante diecisiete años consiguió estafar a centenares de clientes y sus obras fueron orgullosamente exhibidas en los mejores museos del mundo. Se ignora cuánto dinero habrá obtenido por sus picardías, aunque la cifra sin duda es millonaria. Jamás hizo ostentación de su fortuna, y él, junto a toda su familia, continuó viviendo en aquella humilde casita de Bolton. Es más, cuando la policía allanó el domicilio en el año 2006, comprobó que las condiciones en que vivían los Greenhalg no sólo eran sumamente modestas, sino poco menos que miserables.

Fue famosa su falsificación de Gauguin, “El fauno”, que logró vender al Instituto de Arte de Chicago, donde luego se haría una retrospectiva del artista francés, y se incluiría la escultura de Greenhalg, como flamante adquisición. Allí, al lado de Gauguin, Shaum debió sentir que su talento alcanzaba el Olimpo. Un Olimpo que para él, y a pesar de su talento, estaba negado.

Más tarde vendió al museo de Bolton, por casi medio millón de libras esterlinas, una estatuilla de alabastro del antiguo Egipto, datada en 1350 AC. Tras haber sido autenticada por especialistas de la casa de subastas Christie´s y curadores del British Museum, la “Princesa de Amarna” fue exhibida durante varios años en la prestigiosa Hayward Gallery y en el mismo Museo de Bolton. Pero al intentar una estafa similar, esta vez con un friso asirio, los Greenhalg levantaron sospechas y tras una larga investigación, fueron capturados.

Hoy en día, desde la cárcel, Shaun Greenhalg observa con inmenso orgullo cómo su obra es motivo de una muestra retrospectiva en el Victoria and Albert Museum de Londres. Por primera vez en su vida, sus creaciones vienen firmadas con su nombre, el nombre de quien las creó. Si bien obtuvo mucho dinero con su habilidad para el engaño, jamás ganó prestigio. Los historiadores y académicos del arte se lo negarán, pero los detectives de Scotland Yard ya se lo otorgaron.

Viendo todo esto, no puedo más que concluir que mi biblioteca de libros plagiados, falsificados e inauténticos es una idea perfectamente viable. Voy a proponer cuanto antes el proyecto a la Secretaría de Cultura del Gobierno de la Ciudad de Buenos Aires, y no a otra ciudad ni a otra secretaría, por la sencilla razón de que el Santo Patrono de esta biblioteca no puede ser otro que el inconfundible Pierre Menard, autor de El Quijote.

Publicado en http://prodavinci.com/2010/02/04/si-es-falso-mejor/

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